jueves, 20 de junio de 2013

Duelando...

Los primeros días son los peores.
Son los más difíciles de tramitar.
Se perdieron las rutinas, se extraña todo lo que teníamos con el otro y fundamentalmente, estamos tan heridos que ni se nos ocurre dedicarle nada.
Nada de nada. Ni bueno ni malo.
La pena lo contamina todo. 
Entonces lo que tocás, lo que mirás, los planes que trazás te parecen desteñidos, opacos, poco graciosos, vanos. Ya pasó hace rato el: " le voy a hacer esto para que le pase aquello"
Lo único que te ayuda es la ausencia.
El silencio.
Eso que en algún momento te derribaba, hoy es lo único que te sostiene para seguir adelante.
Toda la vida creí que no podría sobreponerme a la indiferencia y sin embargo cuando reviso lo que el otro me dedicó, caigo en la cuenta de lo necesario que es atravesar esto sin escándalos ni intercambios de ninguna índole. Porque ese es el secreto. Dejar de hablarse. Ir acostumbrándose a que no está más. Hacer cotidiana la soledad. Y aquí entra en juego la vanidad. Porque el otro calla para lastimarnos mientras nosotros vamos entendiendo que lo que sigue es quedarse solo.
Convengamos que haber perdido algunos recursos de conexión contribuyen a que las relaciones a distancia se diluyan sin mayores estridencias. Aunque a la hora de la verdad, con tanta tecnología que hay en danza esto es intrascendente. Internet, teléfonía, telefonía con internet... si uno quiere...
Pero acá dos no quieren. Y ya no importa quién empezó. Si yo lo lastimé o si él quiere su tiempo libre para estar solo.
Lo que queda en la escena es la silueta de dos amantes que han perdido la vocación de estar juntos.
Con mayor o menor grado de desconsuelo, no hay nada para decir y mucho menos para hacer.
Es la primera vez en mi vida que me siento de esta manera.
Estoy retirada. Pagando el precio que corresponde por haber tomado una decisión dolorosa.
Ya no se trata solamente de que el otro no me involucre en su vida.
Yo no estoy golpeando su puerta. No estoy demandando, ni reclamando.
Estoy en silencio y padeciendo. Pero creyendo que esta vez es la última.
Y esto lo sé porque no lo busco ni lo espero, ni creo que pueda (o tenga ganas) de hacer algo porque ya no confío. 
Es curioso como cambian las cosas.
Luego de un error grave que cometí, el otro no creía en mi.
Ahora es exactamente al revés.
No puedo conectar sino con las últimas decisiones que tomó donde me deja del lado de afuera de la puerta.
Y quiero hacerme amiga del frío. Del afuera. De lo demás.
Porque circunscribir toda mi vida a su geografía no sirvió para nada.
Porque las promesas no se cumplieron y soy demasiado frágil para soportar las decepciones.
Porque estoy viva y estoy obligada creer que la vida me depara algo mejor. No tengo ganas de seguir asomándome a esto. Me voy.
Buen finde largo para todos y para mi.







martes, 18 de junio de 2013

El precio que se paga



Por separarse, por dejar al otro, por desvincularse, es alto.
Altísimo.
Siempre miré películas donde las parejas estaban con alguien que los hacía desdichado y entonces conocían a una persona, se enamoraban, dejaban a su cónyuge o lo que fuera, luego vivían felices, comían perdices y colorín colorado, este cuento ha terminado.
Pero la vida real es otra cosa. ¿O será la vejez?
No lo sé.
Yo estoy grande.
Miro mi cuerpo, mi rostro, lo que pasé, lo que sucedió y tengo plena conciencia de lo que nunca pasará. Pero sobre todo caí en la cuenta de lo que se tratan los naufragios amorosos.
Y son lo más parecido a un tsunami que le puede pasar a alguien.
Quedás devastado. Vacío. Oscuro. Triste. 
Pero lo más grave de todo es la sensación de muerte que se tramita. La ausencia de futuro, la nada...
Entonces los coqueteos, las invitaciones, las propuestas se perciben como un atrevimiento inaudito...!!! Y acá volvemos con el asunto de las películas, porque todo eso que nos mostraron es una soberana porquería.
Uno se encuentra todo roto. Desganado. Ajado. Perdido.
Sin embargo está vivo.
Y eso es todo lo que se necesita.
Vivir.
Dejar correr el tiempo.
Porque entonces, magicamente, todo se limpia, todo se olvida y aquello que nos atravesó como una daga, esas heridas, se curan, duelen menos hasta que un día cualquiera, uno como este, brindamos por alguna cosita nimia y es en ese momento en que sabemos secretamente que los amores también pasan y aunque se llevan un pedazo de nosotros, nos deja un montón más para gozar la vida como sea.
De las relaciones se sale, saliendo...
Brindo por mi y por cada uno de ustedes que ha mordido del fruto del desengaño y que sin embargo cree que las brevas nos aguardan.


domingo, 16 de junio de 2013

Un dia a la vez



Como si fuera una adicción trato de soltar una historia de amor.
Cansada de algunas dedicatorias me guardé a silencio.
No sé de dónde sacan los hombres que las mujeres podemos aguantar cualquier cosa...
Entonces ahora, parada sobre mis pies, estoy decidida a no tolerar los destratos de nadie más.
Hay tanto material para tramitar la pena del naufragio amoroso.
Y supongo que esto tiene que ver con la clase de relación que se ha vivido.
En mi caso, podríamos decir que soy una persona intensa. Preñada de profundidad y de energía.
Cuando me entrego, hago más de lo que debiera por el otro, por eso al discutir siempre tengo la sensación de haber sido estafada.
Vaya a saber lo que piensa el otro, no? Pero, a quién le importa?
El cuero que se va desgarrando es curiosamente el mío y en ese contexto, el resto empieza a importar bastante poco.
Es entonces cuando en la mitad del miedo infinito que significa la pérdida del ser amado, uno puede distinguir que las historia de amor se tejen de a dos y que sin madeja, no hay trama posible.


Naufragios amorosos



De dónde sacan los hombres que las mujeres queremos dedicarles malos tratos cuando guardamos silencio?
Quién les dijo que no hablar es sinónimo de alguna suerte de mensaje místico y cifrado?
Por qué esperan que conversemos luego de que sus conductas nos dejan mudas?
Es curiosa la lectura que tienen.
A mi me sucede algo raro ultimamente.
Tengo la barra de rencor repleta. Pero en cuanto empiezo a raspar un poco en ese sentimiento tan desalentador, reparo en que debajo de esa mascarada de resentimiento, hay otra cosa sólida y profunda que tiene que ver con la reflexión y el deseo de no tolerar ni permitir lo intolerable.
No puedo creer cómo pasé la mayor parte de mi tiempo tratando de  complacer y de consentir los deseos del otro.
No puedo entender por qué me presté a eso y no recibí mucho a cambio.
No sé cómo fue posible que permitiera que me destrataran y me dedicaran poquerías.
No me cabe en la cabeza...
Apenas me lo perdono.
Y por supuesto, no puedo, aunque hago el esfuerzo, perdonárselo al otro.
Y es así, como finalmente me retiro.
Pero no sin pagar el precio de la pena infinita...